lunes, 22 de febrero de 2010

Touching balls

Viviendo en una sociedad en la que la gente solo hace las cosa bien “cuando les pueden pillar” se hace necesario que haya alguien que al menos les toque las pelotas. A veces, me gusta ser ese alguien. Sería magnífico que hubiera un Tío la Vara de verdad, que quite la tontería excesiva que hay por el mundo. Hoy me ha tocado toda a mí bien concentrada.

Tras los estragos que está causando la edad en mi figura, hace poco que me he decidido a volver a hacer algo de deporte, y he arreglado mi vieja bicicleta. Estoy muy contento, me lleva y me trae a clase y no me pide nada a cambio. A veces también me lleva a beber cerveza.

Al lado de mi casa, hay una calle en la que hay dos carriles para cada sentido, en teoría, pues siempre hay coches aparcados en doble fila que reducen el número de carriles a uno para cada sentido. Iba por ella en bicicleta cuando me encuentro a uno pijomierda saliendo de su todoterreno, delante de él un coche saliendo de su aparcamiento con dificultad, pues el pijomierda le dificultaba la maniobra. Tuve que esperarme a que el coche pudiera salir de su estacionamiento para poder reanudar la marcha. A veces hay días en los que no me apetece comerme la mierda de alrededor. Hoy era uno de esos días.

Antes de irme pensé que podía colaborar un poco con el karma y molestar al señor del todoterreno:
  • Hay que joderse, vaya sitio para aparcar.
  • Aparco donde puedo.
  • Búscate el sitio y aparca donde tienes que aparcar.
  • Es que yo quiero aparcar ahí.
  • Pues muy mal, gilipollas. 
    : )
No se debe insultar a la gente, eso está mu feo. Pero también está prohibido aparcar en doble fila. Él dejó el coche donde le dio la gana, entorpeciendo la circulación, y yo me di el gustazo de decirle lo gilipollas que era. Puro karma.

Mi trayecto ocupaba unos tres minutos de ida y vuelta. En el minuto y medio de vuelta también tuve el placer de ver como la gente hace lo que quiere sin ningún tipo de remordimiento, o simplemente consciencia.

Parte del trabajo de una madre, es enseñar a un hijo como funciona el mundo. Cuando tenía edad de que ella me llevara de la mano, pocas carreteras cruzábamos sin que antes me recordara dos claras instrucciones:
  1. La carretera se cruza solo por los pasos de peatones.
  2. Antes de cruzar, tienes que asegurarte de que está en verde.
Parece que estas cosas están pasadas de moda. Hoy he podido ver como una pequeña familia de unos cuatro miembros cruzaban por cualquier lugar. No tenían miedo, ni prisa alguna. Daba la impresión de que me estaban esperando. Mi madre también decía que no hablara con extraños, así que los esquivé y seguí adelante.

Podría pensar que dos altercados son más que suficientes para un trayecto de tres minutos. Craso error. Dos pedaleadas más y me encuentro a una señora jugando a los coches chocantes. Atravesada en mitad de la vía (recordemos que es de cuatro carriles, aunque solo dos practicables). Ni rotondas, ni hostias, la vuelta se da donde me de la gana. Me vio venir, y me hizo un gesto. No estoy seguro si su significado era:
  • ¡Buenas noches, gran ciclista!
O, en su lugar:
  • Espérate ahí un momento, que yo soy antisistema y paso de las normas de circulación. Doy la vuelta donde quiero.
Remarcaré por tercera vez que no es una callejuela, es una vía principal de barrio, bastante transitada.

Un poco más adelante me encontré un grupo de niñatos a los que casi tengo que esquivar (aunque no tenía intención de hacerlo), pero esto ya no es noticia.

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